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PASTORES DE CARNE Y HUESO


Mi niñez se desarrolló en medio de la familia de la fe, y el ajetreo pastoral -lo digo, ya que mi hogar colindaba con la II Iglesia Metodista de Pueblo Nuevo en Temuco-, y vivía a diario las actividades que se desarrollaban en la iglesia.
Recuerdo muy bien a “la hermana Collita” -la guarda templo de aquel entonces-, una anciana que solía amonestar con una varilla mi mal comportamiento en el recinto; me decía: “no hagas desorden o se lo comunicaré al pastor, y el te enviará al seminario”; la sola palabra “seminario” me daba temor, siempre me imponía respeto. Desde siempre vi a mis amigos más cercanos de la iglesia, perderse por un tiempo y luego llegar “convertido” en pastor.
Siempre me asustó el tema de convertirme en pastor, y simplemente porque para mí el pastor es lo más “sagrado” que podía existir como ser humano. Recuerdo entre otros a Pedro Grandón, uno de mis mejores amigos de campamento –que luego de convertirse en pastor, llegó a ser Obispo-, y a varios otros más. Siempre pensé en la posibilidad de “convertirme en pastor”, pero me asustaba.
Hoy esto sigue siendo igual, en muchos casos los jóvenes se asustan ante la idea de ser pastores, tienen emociones encontradas como me sucedía a mí; y esto por muchas razones
Algunas razones de esta emoción son válidas; otras no. Por ejemplo, la idea de que
el pastor no es una persona “como todas las demás”. Es fácil verlo separado, “más arriba” que los otros, y de allí a creer que es “raro” no está muy lejos. Tal vez unos cuantos de tus amigos se vean como otro Martín Lucero u otra Juana de Arco, ¡pero no son muchos!. El efecto de esto es que algunos jóvenes “huyan” del ministerio, a pesar de que Dios les ha llamado a servirle así.

Si tú eres uno de éstos tengo buenas noticias para ti: los pastores son de carne y hueso; personas como todas las demás, precisamente como tú y yo.
Como todas los demás, tienen necesidades físicas; se cansan, se enferman, tienen hambre.
Como todas las demás, tienen necesidades emotivas; quieren pertenecer, ser aceptados, sentir calor humano.
Como todas las demás, experimentan emociones humanas; ríen (aunque no lo suficiente), temen y a veces sufren y lloran cuando el dolor abre un surco hondo en su corazón (sea por su propia culpa, la de sus hijos o la de otros).
Como todas las demás, y tal vez más que muchas otras, tienen necesidades económicas; frecuentemente sus alimentos son pagados gracias a la fidelidad de otros cristianos que también tienen necesidades económicas.
Como todas las demás personas, los pastores tienen sueños y expectativas para la vida; quisieran que sus hijos pudieran lograr cierta meta.
Como todas las demás personas, tienen necesidades espirituales, y como muchas más, han encontrado al pie de la cruz de Cristo perdón y amor.
Sí, los pastores son como todos los demás; seres de carne y hueso.

A diferencia de todos los demás, los pastores han escuchado una voz, a veces un grito, y a veces un susurro, que vino a cambiar todos sus planes.
Una voz que les llama a dedicar sus vidas, toda su vida, a la predicación de la Palabra, o su enseñanza, o a pastorear el rebaño del Señor, o a cualquier otra actividad diseñada para extender las fronteras del reino de Dios entre los hombres.
En este llamamiento han encontrado una realización increíble.
Han descubierto que para la asignación más difícil de la vida, Dios siempre proveyó, y siempre proveerá, de tal modo que nadie puede decir: no puedo servir a Dios, (tendrá que decir: no quise servir a Dios).
Este llamado les ha ganado el aprecio y el amor de muchas personas.
He entendido con el pasar de los años, que sin merecerlo Dios les ha bendecido, a pesar de son en efecto hombres de carne y hueso.
Lo menos que pueden decir, y tal vez lo más que pueden decir es que Dios les ha dado vidas plenas para el ministerio.
Por eso, si tú eres uno de éstos (o de éstas) a quienes el llamado de Dios está llegando, no te asustes al pensar que eres humano.
Dios te quiere así, de carne y hueso. Si el te llama, enlístate; firma tu boleta de reclutamiento. Te espera una vida plena.



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