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lunes

UN NAVEGANTE LLAMADO NOÉ


La construcción del Arca había concluido siguiendo todas las especificaciones del caso. Los vecinos de Noé, aburridos ya de burlarse, contemplaban un tanto con asombro la interminable fila de parejas de animales representativos de todas las especies que entraban a la enorme embarcación bajo el cuidado de sus constructores. Había en el arca lugar de sobra para muchas otras personas (si hubieran querido entrar). Noé tenía 600 años cuando entró en el arca, llegó a ser el padre de toda la raza humana que vivió y vive en la tierra después del diluvio, fue hijo de Lamec, de la descendencia de Set, y como su antepasado Enoc, fue un hombre que "caminó con Dios". Tenía unos 480 años cuando el Señor le anunció el diluvio venidero y le dio instrucciones de construir un barco en el que con su familia se pudiera salvar.

Luego que Dios cerrara el portal de entrada, comenzó a soplar un viento frío y los cielos se oscurecieron ocultando la luz del sol. Un potente trueno acompañó al unísono el golpe de la pesada puerta del Arca al cerrarla Dios. La lluvia no se hizo esperar, y, comenzó el diluvio según la profecía sagrada.

El inicio de la tormenta más grande de la historia fue lento. Al principio simplemente se presentó como una llovizna fina que caía sobre la faz de toda la tierra, mojaba a hombres y mujeres, a niños y ancianos, quienes a pesar de haberse refugiado en sus casas, veían como el agua se filtraba a través de los techos mientras las paredes construidas con ladrillos de barro, comenzaban a humedecerse. Un temor desconocido los golpeaba internamente, ahora pensaban en Noé, y en su llamado a entrar en el arca.


A los siete días, la tormenta arreció, caían miles de millones de gotas del tamaño de un puño cerrado. Los ríos, riachuelos, lagunas, lagos y los mismos océanos se salían de su cauce normal arrastrando a su paso árboles, casas, pueblos y ciudades. El Arca se alzó tambaleándose estrepitosamente ante el embate de las turbulentas aguas, iniciando un largo viaje hacia un mundo incierto, solo conocido por el Creador.

La lluvia continuaba su incesante labor de destrucción. Las montañas impregnadas en líquido, sus entrañas se desplomaban estrepitosamente sobre las agitadas olas que golpeaban sus faldas. Seguía lloviendo más y más, el paisaje era completamente desolador y, entre la penumbra del caos, el Arca continuaba al vaivén de las aguas.

Pasaron 40 noches y 40 días, la lluvia cesó de pronto. Las nubes se disolvían perezosamente dando paso a los primeros rayos solares que se asomaban con timidez develando aquella drástica transformación del planeta. Las aguas tenían un color oscuro, ocre, con un fuerte olor a podredumbre. Millones de animales y personas yacían con sus abultados estómagos acelerando la descomposición con el calor del sol.

Las aves, rígidas, y con sus alas extendidas, se mezclaban entre si, conformando enormes y estáticas manchas multicolores sobre las aguas. No había sobrevivientes, ni siquiera los reptiles, quienes cansados de nadar, perecieron inexorablemente. Los peces y demás especies acuáticas sufrieron la misma trágica suerte, al desaparecer el vital oxigeno en las oscuras aguas.

El Arca seguía flotando asegurando en su interior la continuidad de las especies que poblarían el nuevo mundo. Las aguas calmaban su ímpetu mientras el penetrante olor nauseabundo seguía emanando de los millones de cuerpos que flotaban en la superficie de las aguas, las que bajaban lentamente evaporándose ante el impacto del calor solar.

Dentro del Arca, la situación se tornaba conflictiva. Los hijos y las hijas de Noé, con sus esposas y esposos, con sus niños y sus niñas, mantenían una sórdida lucha de poder con los seguidores del patriarca y que no eran miembros de la familia, condenándolos a realizar las tareas más penosas y fatigantes. El olor de las heces de animales impregnaba la embarcación de punta a punta.

Las especies carnívoras cumplían ya una dieta forzada al haber consumido todas las raciones de carne ahumada proveniente del inmenso hato ganadero que en su momento poseyera la familia de Noé. Por su parte, las especies herbívoras tenían que conformarse con unos pocos granos de trigo y arroz, pues, por mandato de Noé, las semillas debían cuidarse para lograr nuevas y fructíferas cosechas al concluir aquel viaje que parecía interminable.

Ante el temor de los navegantes por la pronunciada hambre de los carnívoros, Noé ordenó el sacrificio de especies consideradas impuras ante el crisol de su fe.

El patriarca sumamente avergonzado de su debilidad mundana y de deseos insanos, se refugió en su camarote ante la complacencia de los hijos mayores y el evidente descontento de sus seguidores quienes improvisaban armas cortopunzantes pues se avizoraban serias dificultades. Al final, gracias al consenso y las respectivas negociaciones, un grupo de ancianos conformó una Junta de Notables quienes detentarían el poder de forma provisional.

Las aguas seguían bajando lentamente, todos querían que esa odisea terminara.

Por fin, el Arca se detuvo sobre la tierra, las aguas se había concentrado en sus nuevos cauces. Los navegantes aun tuvieron que esperar unos días más para descender a su nuevo hogar. Sólo salió Noé de ella, no obstante, en obediencia a una orden determinada de Dios (ocho semanas más tarde, ni antes ni después) con todos los suyos, y con los animales que se habían salvado.
Noé ordenó que soltaran las aves y los insectos, después las bestias carnívoras, a continuación fueron liberados los herbívoros, por ultimo los reptiles, los anfibios y peces.


La tierra prometida estaba allí. Noé labró la tierra y plantó una viña, siendo sorprendido por el efecto embriagador del vino. Sem y Jafet se comportaron hacia su padre con respeto filial. Pero Cam se comportó con una actitud indecorosa, que suscitó la cólera de Noé, y que atrajo sobre Canaán, hijo de Cam, una maldición profética.

Dios promete no volver a enviar jamás un diluvio de aguas sobre toda la tierra; los días, las estaciones y las cosechas durarán tanto tiempo como la tierra.

Improvisaron un rústico campamento utilizando un poco de la madera del Arca para hacer las paredes. Como con Adán en el pasado, Noé y sus hijos recibieron la orden de ser fecundos y de multiplicarse y llenar la tierra. Habían tenido el cuidado de guardar los huesos enormes de los dinosaurios y, ante la carencia de leña, los utilizaron para hacer hogueras que les permitió calentar sus cuerpos y, a la vez, cocinar sus alimentos.

El patriarca, ya muy anciano, y el ocaso e su vida, se acercó al océano. Sus huellas en la arena eran borradas por las traviesas aguas que jugueteaban con sus viejos pies, como diciendo: “Nunca más haremos daño a la humanidad”.

De entre sus ropas, sacó una pequeña bolsa y arrojó a las aguas un puñado de escamas doradas, el fenómeno de creación que iniciara Noé con este acto, fue portentoso. Al entrar en contacto con el agua, las escamas se transformaron inmediatamente en miles y miles de peces que corrieron vertiginosamente a poblar las aguas del planeta entero. El patriarca veía el frenético agitar de las aguas con asombro; cientos de graciosos caballitos de mar saltaban de un lado a otro. Noé lloraba mientras veía aquellas nuevas formas de vida. Se postró sobre la arena húmeda mientras los sollozos lastimeros que salían de su interior se confundían con el rugir de las olas.

Introdujo una mano al mar, necesitaba mojarse la cara, pero un severo dolor le atravesó por el centro el pecho y cayó pausadamente. Quiso aun dejar escapar un quejido, ya sin fuerza alguna sintió que de su garganta en vez de un gemido salían millones de mariposas azules, amarillas, rojas y verdes, las que en pocos segundos volaban por el cielo azul perdiéndose en la lejanía.


Noé alzó la cabeza para verlas, de sus cansados ojos grises corrieron raudas lágrimas al ver el arco iris como señal de este pacto perpetuo y se desplomó bajo el peso de más de nueve siglos de edad. Nada más se sabe de la vida del patriarca, excepto que vivió otros 3 1/2 siglos después del diluvio, llegando a la edad de 950 años.

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